No tendemos a pensar que las
personas miedosas o constantemente necesitadas de apoyo sean poderosas. En
cambio, estas posturas desvalidas esconden a menudo una sofisticada técnica
para conseguir aquello que se desea, sobre todo cuando uno no destaca por la
inteligencia. Sin duda el poder tiene muchas caras.
En nuestro mundo hay “malos”, y tienen mucha visibilidad por ser más mediáticos que los demás. Pero la gran mayoría somos buena gente, aunque nos movamos por intereses. Las personas asustadizas juegan
egoistamente a manipular, y lo hacen con una clara ventaja: todos
quieren protegerlas. Esto es debido al instinto materno-paternal, inherente a
los seres humanos. “Pobre, es débil”, piensan, y se sienten terriblemente
culpables a abandonarla a su suerte. “Vive para los demás”, explican, y no se
dan cuenta de que estar pendiente de las vidas ajenas es la mejor manera de
controlarlas. “Todos la quieren”, insisten. Cierto, porque los humanos somos
crédulos y a menudo el árbol nos impide ver el bosque. Además, pensar da mucha pereza.
Esta forma de ser es propia de mujeres
(en un hombre quedaría poco masculina y nosotras somos mucho más retorcidas). Todos
hemos conocido a una madre, suegra o vecina que hace y deshace a su antojo bajo
aires de mosquita muerta. Debe entenderse que la mujer utiliza esta técnica
porque es la única que tiene al alcance y, sobre todo, porque le funciona. A
mí, sin embargo, cada vez que alguien (un hombre), me dice que su esposa es
“muy buena, vive para los demás y todo el mundo la adora”, me entra el pánico.
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