Un conocido que acaba de saber que
escribo me ha deseado que publique un best seller y, a partir de sus
bienintencionadas palabras, surge la pregunta: ¿realmente es este mi propósito?
En mis inicios, cuando crucé al otro lado del libro (de gran lectora a
escritora principiante) este era efectivamente mi propósito. Hoy por hoy, con
una experiencia de años de práctica constante, con varios miles de hojas escritas en
forma de relato, novela, ensayo o artículo, mi motivación y mi intención han
dado un giro radical, de manera que a estas alturas llegar a ser una escritora
famosa no me importa lo más mínimo. Entonces ¿por qué este empeño?, me
pregunto.
Escribo para reflexionar sobre la vida, para investigar el mundo que me
rodea y los seres que lo pueblan, para aclararme las ideas respecto a temas
diversos que deseo conocer mejor. Pensar y escribir me ayudan a centrarme, me
tranquilizan, me conectan con la vida, son mi alimento intelectual y
espiritual. Disfruto sobre todo de aquello que forma parte del proceso
creativo, de su camino difícil y retuerto, de su complejidad y exigencia. El
resultado final es un regalo.
Sin embargo, cuando ya está creado, se desploma mi interés. El futuro
del producto, el tedio de lo que sucede a mi placer (publicación, promoción)
forma parte de aquellas tareas necesarias que hago porque no tengo más remedio
si quiero que alguien me lea. Por supuesto, podría obviarlas, encerrar los
textos en el cajón de mis pasiones personales y escribir solo para mí. Pero
entonces, ¿qué sería de mi vanidad, de mi ego, de mi autoestima?
Esto me lleva de vuelta a lo que me digo siempre: los humanos somos
seres vivos altamente imperfectos.
Aunque, claro, cada cual a su manera.
(Foto de www.foter.com)