Cuando pensamos en el ritmo de
nuestro día a día nos parece imposible conseguir una buena relación entre el
cuerpo y la mente. Demasiados factores juegan en su contra: el estrés, la
inseguridad, el miedo, las exigencias propias y ajenas, los horarios
voluntarios o impuestos… Además, todos dicen que debemos ser felices a toda
costa. Y nos esforzamos a ello; incluso visitamos el psicólogo si no
conseguimos el preciado estado de bienestar. Y le preguntamos: “y eso, ¿cómo se
hace?”
Una de las claves es sentirse bien con
uno mismo y estar tranquilo. Eso pasa por conocernos y aceptarnos (amarnos).
Alrededor de los 4 años se empieza a forjar la autoestima, que debe ser
realista y, por tanto, saludable. Me refiero a que, a veces, una alta
autoestima es narcisista y destructiva. Otro punto a evitar es la ansiedad que,
a diferencia del miedo, no tiene base real. En los animales el miedo sirve para
avisar del peligro. En el ser humano se transforma hasta hacerle imaginar
calamidades futuras e hipotéticas amenazas. Una ansiedad persistente nos
convierte en personajes asustadizos y suspicaces, consume nuestra confianza y
nos encierra en un mundo opresivo. La mente torturada avisa entonces al cuerpo
en forma de enfermedades o problemas físicos. Es urgente hacerle caso,
detenerse y reflexionar.
Como médico creo que podemos hacer muchas
cosas para evitar enfermedades, Una de ellas es pensar en positivo para
facilitar estados de ánimo placenteros. Otra es la prevención. Dicen los
cardiólogos que “si no tienes sobrepeso, no fumas, haces ejercicio físico, no
eres diabético ni hipertenso, ni tienes el colesterol alto, las posibilidades
de sufrir una ataque al corazón en los próximos diez años son prácticamente
nulas. En cambio, tener tres o más factores de riesgo es nefasto para la
salud”.
Cada cual entiende la felicidad a su
manera. Para mí es la consecuencia de un conocimiento profundo de uno mismo, de
la paz espiritual, de llevar una vida sana, de sentirse incluido en la sociedad
y ayudar a los demás. Y usted, ¿tiene una receta?
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