Malala Yousafzai tiene diecisiete
años. Con once esta famosa activista pakistaní se dio cuenta de que, sin
escolarización, a las niñas de su país les esperaba un futuro miserable.
Apoyada por su padre plantó cara a los talibán propagando un mensaje a favor de
la educación de las mujeres en todo el mundo. El castigo no se hizo esperar y
una bala en la cabeza la mantuvo un tiempo entre la vida y la muerte. Aun así
su lucha no se ha extinguido y, de reconocimiento en reconocimiento, esta joven
menuda que se hace escuchar por periodistas y políticos, destila ternura y
provoca la admiración de todos. De momento Pakistán ocupa una de las últimas
plazas en el Global Gender Gap Report del 2013, que clasifica a los mejores
países para las mujeres en cuanto a igualdad de sexos a todos los niveles. Islandia,
Finlandia, Noruega, Suecia y una sorprendente Filipinas ocupan las primeras
plazas del ranking.
Aquí hace muchos años que se crearon
leyes y normativas para no discriminar por razón de sexo. En cambio otros
asuntos relacionados con la educación no van bien. Fijémonos por ejemplo en el
gran número de fracasados escolares, en el nivel descendente de los conocimientos
del alumnado, en el lenguaje vulgar utilizado por periodistas y personajes
públicos, en las constantes faltas de respeto con los ancianos y en todo el
ámbito familiar, en las agresiones verbales y físicas por un sí o por un no… la
lista sería interminable. Y puede hacerse extensible a la mayoría de países de
Occidente.
Hace poco el mundo del fútbol
(concretamente el Barça) ha puesto la guinda al pastel. El fichaje de
“mordisco” Suárez y el hecho de asegurar que este personaje está en “la línea
del equipo” ha decepcionado a muchos. El Barça ya no es “más que un club”.
Alguien de la directiva debería haberse planteado que son mayoría los jóvenes
que copian a sus héroes. El fútbol marca tendencias. Ya hace años que, por
culpa de este mimetismo, los escupitajos, flemas y esputos conviven con
nosotros. Los pisamos, patinamos sobre ellos y a veces aterrizan de improviso
sobre nuestra piel. Forman un conglomerado de saliva y moco, de consistencia
variable, y pueden ser transparentes, blancos, amarillos, verdes o
sanguinolentos, según contengan bacterias, virus, incluso el bacilo de Koch.
Imagino que los escupidores ni lo saben; son demasiado incultos.
Por eso yo le pido a Malala que se pase
por aquí, que aporte su juventud de ideas claras y ganas de cambio, y que nos
eche una mano. Nuestra sociedad está en caída libre en cuanto a la educación.
Malala, ¡te necesitamos!
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