jueves, 5 de junio de 2014

Amarga fruta dulce

Dos asuntos aparentemente sin conexión me han dado que pensar.
      El potente mercado de la fruta dulce de Lleida sólo puede vender el 29% de su producción en Mercabarna debido a la fuerte competencia de países como Sudáfrica o Chile (diario Segre, 17-5-2014). Eso sugiere que la relación calidad-precio es mejor en la otra punta del mundo que en casa. ¿Y los trabajadores? Hace muchos años que el Servicio de Ocupación de Cataluña y Unió de Pagesos se ven obligados a contratar a la inmigración, incluso en tiempos de crisis, porque nuestros parados prefieren cobrar un subsidio a ir a Poniente a recoger fruta. Y fuera de las redes legales, de mayo a octubre, pueden verse muchos extranjeros malviviendo alrededor de los campos; al alba se ponen en fila a lado y lado de la carretera con la esperanza de que un payés los elija y puedan cobrar un mísero jornal que les servirá para resistir hasta el día siguiente.
      Me compré un vestido de fiesta por internet. La web era española. Por un vestido de 78€, pagué 95 con la Visa por gastos de envío; tema cerrado: lo recibiría en 9 días. Quince días después reclamé por escrito y me contestaron desde el Reino Unido que el paquete estaba de camino. Al día siguiente recibí un extracto del banco con un cargo de 103€ por cambio de divisas de algún lugar de China. Cuando llegó el paquete, a los 20 días de mi pago, me reclamaron 27€ más por gastos. En resumen, un vestido de 78€ salía por 130€ y, lo que era peor, venía de la otra punta del mundo.
      Sólo quiero señalar que lo que consumimos debe ser de proximidad. No hay que comer nectarinas chilenas si tenemos en Lleida; no debemos desear cerezas en diciembre; no debemos comprar vino de Australia. Esos caprichos suponen un gran coste planetario: malgastamos energía en el transporte y contaminamos aún más el planeta. Y yo tampoco quiero un vestido de un país que no ofrezca unas condiciones dignas a sus trabajadores.
      Estamos tan inmersos en la globalización que hacemos las cosas por instinto. ¡Pues no! Reflexionemos antes de comprar y luchemos por el consumo responsable.


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