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martes, 27 de septiembre de 2016

¿Por qué me gusta escribir?

Un conocido que acaba de saber que escribo me ha deseado que publique un best seller y, a partir de sus bienintencionadas palabras, surge la pregunta: ¿realmente es este mi propósito?
   En mis inicios, cuando crucé al otro lado del libro (de gran lectora a escritora principiante) este era efectivamente mi propósito. Hoy por hoy, con una experiencia de años de práctica constante, con varios miles de hojas escritas en forma de relato, novela, ensayo o artículo, mi motivación y mi intención han dado un giro radical, de manera que a estas alturas llegar a ser una escritora famosa no me importa lo más mínimo. Entonces ¿por qué este empeño?, me pregunto.
   Escribo para reflexionar sobre la vida, para investigar el mundo que me rodea y los seres que lo pueblan, para aclararme las ideas respecto a temas diversos que deseo conocer mejor. Pensar y escribir me ayudan a centrarme, me tranquilizan, me conectan con la vida, son mi alimento intelectual y espiritual. Disfruto sobre todo de aquello que forma parte del proceso creativo, de su camino difícil y retuerto, de su complejidad y exigencia. El resultado final es un regalo.
   Sin embargo, cuando ya está creado, se desploma mi interés. El futuro del producto, el tedio de lo que sucede a mi placer (publicación, promoción) forma parte de aquellas tareas necesarias que hago porque no tengo más remedio si quiero que alguien me lea. Por supuesto, podría obviarlas, encerrar los textos en el cajón de mis pasiones personales y escribir solo para mí. Pero entonces, ¿qué sería de mi vanidad, de mi ego, de mi autoestima?
   Esto me lleva de vuelta a lo que me digo siempre: los humanos somos seres vivos altamente imperfectos.
   Aunque, claro, cada cual a su manera.
(Foto de www.foter.com)

miércoles, 5 de junio de 2013

El proceso de destrucción creativa

DESTRUCCIÓN CREATIVA: ¿DE DÓNDE SALE?
“El capitalismo funciona por un proceso de creación-destrucción”. Es una frase del economista Joseph Schumpeter.
      En 1589 William Lee, un sacerdote inglés, inventó la primera máquina de tejer con la idea solidaria de ahorrar tiempo a los trabajadores manuales. Fracasó en conseguir la patente debido a opiniones contundentes en contra del invento: privaría a la gente de trabajo, crearía paro y pobreza, desestabilizaría el gobierno y amenazaría el poder real. Habría un incremento de la productividad, sí, pero también destrucción creativa.
      La innovación tecnológica hace que las sociedades humanas sean prósperas, pero supone la destrucción de lo viejo por lo nuevo y el final de los privilegios económicos y políticos de ciertas personas. Para tener un crecimiento económico sostenido necesitamos nuevas tecnologías y nuevas formas de hacer las cosas que, y este es el “peligro”, pueden cambiar el poder político.
      Según los autores de Por qué fracasan los países, esta anécdota de la primera máquina textil ilustra el hecho de que el nivel de vida de las personas no cambiara entre la revolución neolítica y la revolución industrial del siglo XVIII. Por culpa de la no aceptación de la destrucción creativa.